martes, 27 de octubre de 2015

Mujeres

Últimamente, 
solo flota mi alma si veo
mujeres hermosas.
Mi ser se contagia  
de la rareza del sexo femenino,
su apariencia, infinita de deseo.
Las veo pasar,
las veo sentarse,
cómo ríen,
¿existe algo más perfecto?
Quizás Dios es una mujer.
En los días de gris augurio
tormentoso,
camino por los bosques de verde follaje
para encontrar una mujer salvaje.
En las gotas
del precoz rocío,
las veo.
En las playas
de arena tiznada,
piedras de la tierra, fuego del pasado,
las veo.
En una película violenta
donde mueren hombres
y muchos ideales,
también las veo.
Y es que los ojos no escapan
al vital magnetismo
de sus caderas.
Es una sensación intimista, necesaria, es oxígeno
para avivar el brasero viejo
de los frágiles corazones de amantes oxidados.
Reinan en el mundo,
reinan en mi vida
y reinan en mi muerte.
Sobre mi tumba,
las veo bailar taciturnas
sobres mi restos óseos 
y osados, que abonan los prados
sembrando el gen de la vida
en la tierra caliente.
Con sus manos enormes
me recogen de la lumbre,
de una cárcel de pesadillas,
una tumba onírica,
y soy elevado al sol
como un confiado Ícaro
que no quiere caer en trampas
del perverso destino.
A veces visualizo un mundo
en el que las mujeres
son fugitivas,
oscuras, fieras,
huyendo por las selvas,
con un negro sonar de tambores
que advienen las cacerías
de aquellos que se han enamorado de sus pieles, cabellos y ojos.
Vencidos los hombres, ellas reinan
en un mundo frío 
iluminado por el fuego.
Levantan sus altas esfinges
impregnando con su ser
todos los árboles, 
los mares 
y cielos conocidos.
Y entonces somos nosotros,
débiles e impuros,
los que huimos
corriendo,
con pies desnudos,
por las piedras 
en la oscura noche.
Nos atrapan,
nos llevan a su ciudad,
claman sangre,
nuestra sangre.
Los mangos de las afiladas lanzas 
golpean el suelo,
creando una melodía macabra.
Nos arrodillan, esposados, ante su líder.
Una diosa morena,
de labios carnosos,
ojos esmeralda
y cuello esbelto.
Viene con el vientre al descubierto,
plano,
me pierdo en su ombligo,
infinito.
Provista de una capa
de color rojizo,
tiene un sujetador
de colores oscuros,
con detalles áureos,
mientras su mano
resiste, con una férrea cadena,
los tirones de tres canes,
agresivos, letales,
que nos ladran con fiereza,
cada vez más cerca,
cada vez más cerca.
Las mujeres claman muerte,
los hombres piedad,
todos atentos al edicto de la líder.
Los tambores golpean el silencio,
las antorchas hacen arder la oscuridad.
Nuevos esclavos, viejos amores.
La cadena poco a poco,
se desliza por la suave palma,
mientras se acalla el bullicio general.
Los perros,
rompiendo la barrera del tiempo 
y del sonido,
se abalanzan contra nosotros,
mientras veo
como esa diosa de pelo azabache
empieza a caminar,
mostrándome su espalda,
como un natural acantilado
donde golpean las olas
produciendo un estallido
de ruido.
Sus largas piernas
se despiden de mí.
No las conozco 
pero ya las echo de menos.
Sigue moviéndose como un péndulo,
eterno ir y venir de sus caderas,
deificadas para los allí caídos;
mientras se pierde 
en la oscuridad.

martes, 6 de octubre de 2015

Credo

Yo no creo en el dinero,
ni en la política 
ni en mujeres imperfectas.
Tampoco creo 
en la búsqueda del amor
tras el paso 
por todas las camas.
La televisión hace creer,
la Iglesia hace creer.
Yo no creo en nada,
los medios de comunicación deben arder,
las iglesias deben arder.
Poetas y escritores beben en casas ajenas,
dan caladas y beben en casas ajenas.
Un cadáver lleno de vida
pasea por la avenida del frío,
con las manos y las ideas congeladas.
¿Quién pinta la línea que separa 
el orgullo del amor propio?
Ven si estás enamorada de otro,
si ya no puedes amar con tu corazón roto.
En este abismo,
cualquier mujer es perfecta.
Lo increíble de todo,
es que son las palabras
las que enamoran,
y son solo letras.
Lo que calla el bolígrafo,
lo escriben los amantes.
Y esa clase de literatura 
si que vale la pena leerla.