La época en que nací
era la dictadura de la risa.
El pueblo subía al alto palacio
a entregar presentes al rey.
A su lado, el príncipe
orgulloso veía
la alegría de sus gentes.
Mas un día llegaron
tres enmascarados a camello.
Sus miradas asustaban al débil.
Tras ellos, hipnotizados,
los habitantes del reino
llegaron al salón del trono.
El dirigente enmascarado
sacó una bola brillante
que cegó la avariciosa mirada
de todos los presentes.
Entonces, en un golpe de lucidez,
el rey se levantó y con su espada en mano,
exigió a los visitantes que desaparecieran.
Fue la última vez que escuché la risa.
Aquellos extranjeros,
al unísono
retiraron sus máscaras,
mostrando oscuridad.
Sus incorpóreas ropas
volaron mientras
que aquel viejo artefacto,
se precipitó a su destrucción.
Entonces todas las cabezas
giraron hasta encontrar al rey.
Éste, sintió terror
al ver las miradas perdidas
de sus súbditos,
y fue entonces cuando el parricida puñal
se encontró con su espalda.
Solo se escuchaba
el metálico rodar de la corona
escaleras abajo.
Reinó el silencio.
Y yo, como buen comediante,
zarpé en busca de un nuevo público
a una tierra desconocida.
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