Aquellos
niños,
que
salían de clase
y se
aflojaban las corbatas,
iban al
descampado
a fumar
canutos y a
filosofar.
Allí
descubrieron
que
importaban más
los
besos que los puños,
el
respeto de los maestros
antes
que su aprobación.
Y así
nacieron hombres
que sabían
lo que querían.
Incorruptibles.
Aquellos niños
jugaban en frías calles
sin dueños.
Escapaban de la misa
para fumar los cigarrillos
que el hijo del párroco
robaba a su padre.
Aquellos niños,
que brillaban cuales estrellas muertas,
presumían de su juventud
golpeando al tiempo
como a una lata
que dormía en la dura acera.
Nada importaba
aunque todo pasara,
los reflejos en los espejos
eran extraños rostros familiares.
Aquellos niños
no le temían a nada.
Y tras escuchar la historia
de que la vieja juventud,
la eterna respuesta a la pregunta,
se escondía en la casa tapiada
del final de la calle,
decidieron entrar a buscarla.
Sus cuerpos nunca regresaron de las sombras.
Los vecinos quemaron aquella casa
mientras las llamas iluminaban las lágrimas de las madres.
Nunca se volvió a ver a aquellos niños.
Aquellos niños
jugaban en frías calles
sin dueños.
Escapaban de la misa
para fumar los cigarrillos
que el hijo del párroco
robaba a su padre.
Aquellos niños,
que brillaban cuales estrellas muertas,
presumían de su juventud
golpeando al tiempo
como a una lata
que dormía en la dura acera.
Nada importaba
aunque todo pasara,
los reflejos en los espejos
eran extraños rostros familiares.
Aquellos niños
no le temían a nada.
Y tras escuchar la historia
de que la vieja juventud,
la eterna respuesta a la pregunta,
se escondía en la casa tapiada
del final de la calle,
decidieron entrar a buscarla.
Sus cuerpos nunca regresaron de las sombras.
Los vecinos quemaron aquella casa
mientras las llamas iluminaban las lágrimas de las madres.
Nunca se volvió a ver a aquellos niños.
¿Fue verdad? Me conmueve...
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