Las personas
son tan sencillas.
Todos tienen miedo,
todos están solos.
Las mujeres
no quieren morir
en un apartamento
de cuarenta metros cuadrados
con tres gatos
y tienen prisa por enamorarse.
Los hombres
beben hasta desaparecer
y sus caras
se encienden
y las arrugas
se hacen tan profundas
como una falla.
Tantas agendas de teléfono
con números que no se marcan.
Tantas personas que se conocen por
error
y condones que se tiran
por la ventana del coche
cuando se conduce
de regreso a casa.
Y todas las mañanas lo mismo.
Examinar la carne
frente al espejo,
observar cómo desaparece
mientras las ratas
emergen del váter
y las cucarachas
corren a esconderse
debajo de la cama.
No se puede escapar,
Hemingway lo entendió.
Nunca es tarde
para empezar a vivir.
Y mis pies rozan los suyos
en la cama
y me grita porque le pregunto
quién es.
Seguramente,
los vecinos estén llamando
a la policía.
Y yo, mientras,
escribo esto
con el silencio impuesto
tras
su portazo.
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